Mi regalo a las madres

Adolfo Paniagua Contreras

De la Divina Madre (Dios) derivan las madres, sin importar al reino de la Naturaleza al que correspondan. La madre humana tiene la esencia de la Divina Madre, un 3% del alma que, igual que en los padres, se manifiesta como esencia o consciencia. El restante 97%, aunque luzca paradógico, es Ego, una multiplicidad de defectos que hacen del ser humano un animal intelectual. Ese 3% de alma representa la posibilidad de cambio, de lucha tenaz contra la caterva de enemigos que cargamos dentro.

El Día de las Madres, en lugar de tomarse para reflexión profunda de nuestra razón de ser y existir, se toma para rendirle culto a lo material, lo que recuerda la adoración del becerro de oro por los israelitas rebeldes a las ordenanzas del Señor Jehová al caudillo Moisés.

Aunque duela, no sería menos doloroso callarlo: La mujer, en su típica condición de madre, ha caído en la degradación más espantosa; psicológicamente, se ha dejado manipular por la fantasía, la avaricia, el engaño y la traición. Traiciona su Ser Interno, su Íntimo: Dios como átomo irrealizado en las profundidades del corazón.

En este último domingo de este mes de mayo, dedicado a las madres, lo más fácil sería enarbolar la hipócrita felicitación; llevar el enojo, la desobediencia y la maldad envueltos en un regalito o en un objeto de lujo que, aunque necesarios, no dejan de ser objetos, que, en modo alguno, llenan el vacío de un corazón falto de amor, cariño, ternura, dedicación, susurros, abrazos, besos, y ofrenda de una conducta intachable como fiel testimonio de su honra, como mandan las Sagradas Escrituras.

Mi madre, a quien veneraba, pese a los sufrimientos que le di en mi etapa de joven rebelde contra el sistema político vigente, ya no está como la conocí. No sé si aún está “muerta” o en alguna estancia del inalterable espacio, o de nuevo en este mundo de dolor y sufrimiento. Sin embargo, pienso en cada madre como si fuera mi propia madre.