|

La fechoría de un farsante

Por: Adolfo Paniagua Contreras 

 

Las calles estaban vacías,

solitarias como cementerio a media noche,

por donde diario se movía

“humilde”, “pobre”, sin carisma y sin dinero,

un vendedor de sueños,

cuando niño,

limpiabotas.

Entonces salieron a las despobladas calles

hombres y mujeres a quienes la gente creía,

y el falso pobre, humilde, mozalbete,

que de acciones colectivas nada sabía,

fue logrando poco a poco fiel apoyo,

y de los ricos, que siéndolo de pobreza se vestía,

disimuladamente,

despecho, recelos, trampas y escollos.

Las calles se llenaron de ilusiones.

Se ufanaba de su capacidad y juventud,

de su fingida humildad y rectitud.

Entonces se colectivizó el rumor

de que aquella estrella de la nada

transformaría la noche en día,

el ocio en trabajo

la zozobra en paz;

los callejones en callejuelas

y éstas en calles y las calles en avenidas;

todo un esplendoroso jardín

donde Dios descansaría.

¡Cuántas propagadas fantasías

Ingenuamente

hasta la cima de aquel muchacho rechoncho

que desde entonces defrauda,

defeca cuando habla

y al menor ruido de la gente

tiembla como un gato!

Ahora es el Ungido de los demonios

que cargan el pecado de su ampulosa arrogancia

enrollado en papeles que desenrollan los bancos,

y van de rodillas en santa cofradía

a suplicarle al defraudado pueblo

que también rinda pleitesía

al conocido farsante

que con uñas de diamante

deja sin pellejo

las tetas de esta pobre vaca: Constanza.

Similar Posts

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *